sábado

Cara a Cara con Maria Rosa Arancedo


Cara a cara

LOS CUENTOS DE BOCHA

Entrevista a Bocha Arancedo, maestra, escritora, historiadora de Madariaga.

“Doña Martina Rospide opinaba que las mujeres ahora venían muy flojas. Ella con sus 86 años acuesta recordaba que para el parto de uno de sus hijos, ante la primera señal, se apuró en la quinta para plantar 200 cebollines que tenía preparados, no era cuestión de perderlos...”

Esto escribe una de las personas más queridas en Madariaga. Su nombre es María Rosa Arancedo, más conocida como Bocha. Para decir quién es, que hace y que piensa, tendremos que remontarnos a 75 años atrás...

Bocha es hija de Alberto Arancedo y Rosa Eyras, conocida como Quita. Su mamá trabajaba con sus padres y sus hermanos en la primera panadería mecánica que se instaló en Madariaga, en el año 1908. Su madre pertenecía a una familia de ocho hermanas mujeres y cuatro varones. Todos trabajaban en la panadería y su madre, al ser una de las más chicas, le tocaba estar en el mostrador.

Su padre Alberto, no era de Madariaga, el vino de Buenos Aires de una casa de consignatario y hacienda, ya que un tío que tenía una estancia, precisaba un escribiente. “En aquella época a la gente que no había ido a la universidad, pero había ido más que la escuela primaria se le llamaba escribiente, porque los libros se hacían a mano. Había que hacer una especial caligrafía, buena ortografía.” Al instalarse en Madariaga conoce a su mamá que dicen que era muy bonita.

Al principio, alquilan una casita en Madariaga, que aún está. Al poco tiempo de nacer Bocha, el mismo patrón que lo había tomado de escribiente, le ofrece ir a una estancia porque necesitaba un administrador. “Mi padre de campo no sabía nada, pero era el año 1932 y habían comenzado los impuestos, las leyes, los problemas agropecuarios con las autoridades del agro, porque exigían que había que presentar señales, marcas. Los campos estaban todos alambrados, había que tener peonada inscripta, con documentación. Se empezó a reglamentar.” Así es como se fueron a vivir al campo y la suerte quiso que sea casi a la costa, a un campo cercano al Faro Punta Médano. La estancia se llamaba “El Centinela” y era de los Cobo, pioneros en la costa. Melón Gil arrendó la estancia conservándole el nombre y allí fueron a trabajar.

Al poco tiempo nacería su hermano y allí estaría Bocha hasta que tuviera doce años. “Mi infancia, lo que marca la vida, la escuela primaria, el carácter, la forma de vida, yo me formé en el campo.”

Esas eran épocas muy diferentes a las de ahora, hasta en lo más simple. Para bañarse había que hacer una fogata y calentar el agua. “nos bañábamos una vez por semana. Mi mamá decía se lavan ‘los bajos’. ‘Los bajos’ eran debajo de los brazos, debajo de la cola y los pies. Los bajos”

En el campo no había escuelas, por eso dice Bocha que fueron niños muy solitarios. El patrón les pagaba una maestra privada y les daba clases a ellos y a los niños de los puestos que querían. “Era una estancia grande donde había sesenta peones, todos hombres y chicos muchos, porque en cada puesto había ocho o diez. Lo que ocurre es que todos no venían, porque los chiquitos en el campo, en esa época, desde los seis años trabajaban. Tenían unas manos como de ordeñar, de andar con las vacas. Eran niñitos totalmente de trabajo. Y a veces del hogar mandaban uno o dos, nunca las chicas. Porque las mujeres para qué decían en esa época.”

Ellos tuvieron tres maestras privadas. A fin de año iban hasta Madariaga a rendir exámen para poder aprobar el grado, para que les diera un certificado oficial.

El primer gran cambio

Después de diez años nació otra hermanita y como su padre se enfermó volvieron a vivir a Madariaga. Bocha tenía doce años y volvió a hacer el último año allí para tener su título oficial porque “mamá, no papá, manifestó que yo iría a la escuela secundaria. Cosa que a mí me parecía un horror ya que acá no había, te tenías que ir a Buenos Aires.”

Así es que con trece años Bocha con su hermano van a Buenos Aires, allí tenían los parientes que contrataron a su papá para escribiente. Su hermano fue a un colegio de curas y ella a uno de monjas, ambos pupilos, por lo que venían sólo en el verano y en vacaciones de invierno.

“Yo di un vuelco en la vida. Yo no sabía lo que era ponerse una pollera. Yo usaba bota y bombacha, gorra en la cabeza, igual que los varones. Yo no podía creer lo que era Buenos Aires, la relación de las personas. Yo escribía, porque en aquella época tampoco había teléfono. Yo le escribía las cartas a mamá y ella las guardaba porque eran como una historia. Cómo hago ahora con lo cuentos. El hecho ocurrido pero siempre atrás había una moraleja, una reflexión. No era sólo contar. Yo le decía ‘¿podés creer mamá que tengo una compañera de colegio que tiene un vestido negro?’ Porque para acá el negro era de luto y eran chicas de quince años que eran monísimas, yo no lo podía creer. Ellas iban a la peluquería, nosotros no sabíamos que era eso ¡Había chicas que fumaban! Yo no sabía lo que era decir un piropo de una mujer a otra. Me decía ‘que pelo lindo’, ‘que linda sos' y yo me quedaba. Eso no nos enseñaban a nosotros. En nuestro ambiente se nos enseñaban a estar sano, fuerte, lúcido, decidido. Decían ‘es buena pa’ lo que la pongan’. Tenía que saber coser, tejer, ser fuerte de ancas, había que bancarse la vida de campo.

En mi colegio había chicas que eran artistas como Teresa Blasco, estaba la hija de Niní Marshall, Angelita. Había pupilas de todo el país, pupilas de la patagonia. Con ellas todavía me escribo.

Se me abrió un mundo totalmente desconocido para mí, pero lo aprendí pronto. Una profesora que tuve me escribió una nota cuando me recibí. Ahí pone que llegué como diputada del interior y salí con barra totalmente adicta. Así fue, yo contaba de Madariaga y la gente no sabía lo que era una vaca y yo no sabía lo que era un ascensor, un subterráneo. Fue como un choque de dos cosas a las que no sé como pero me integré.

Yo, como era criada en el campo, pensaba que el mundo se terminaba ahí nomás. Como digo en el prólogo de uno de mis libros, yo pensaba que el mundo era verde y celeste y donde se juntaba se terminaba el mundo.”

Dentro del colegio había unas monjas jóvenes que iban a prepararse a un Instituto de Cultura Superior, que era como una universidad. “Y nosotros a veces acompañábamos a una monja, que estudiaban sociología. A mí me encantaba y en vez de quedarnos afuera, participábamos de las clases. Empecé a conocer lo que era la Universidad y me fascinó. Hice esos tres años de oyente de Sociología y me abrió un poco la cabeza para esto de la escritura.

Un día de buenas a primeras me gustó mucho; y me gustó tanto, que yo le dije a mi papá que yo me recibía y quería ir a la universidad. Y él me dijo que si yo rendía, que él, que era una persona muy enferma, tenía muy mala salud, si el tenía económicamente como que yo iría a la universidad.” Bocha se preparó, rindió y entró a la facultad de arquitectura. “Me gustaba el diseño, me gustaba la decoración, me gustaba las casas.” Pero hubo otro gran cambio en su vida.

“Para ser docente eran cinco años, pero a mí me tocó un año experimento que fueron seis. Me quedé siete años en total en Buenos Aires y con tanta mala suerte que el día que nos recibimos, un 30 de noviembre, ese día tuvo un ataque mi papá y falleció a los 41 años. El mismo día. Después de tanto sacrificio no nos vio recibidos.”

Bocha tenía 19 años, su madre se había quedado viuda, había comprado una casa en Madariaga. “Yo ya había rendido bien el ingreso, pero tenía que ir en marzo. Pero como nos vinimos a Madariaga y mi mamá quedo sola ella dijo que dos no podía mandar, uno sólo. Y por supuesto, sin ningún resentimiento dije ‘sí, que vaya el varón’. Porque era varón, era así. Mi mamá me decía ‘vos total el año que viene te casás, vos ya sos maestra. Quiero que esté cerca de mí.’ Y me pareció tan coherente y tal cual como dijo mi madre fui docente.”

Su propia familia

Por entonces en una antigua familia de Madariaga, un señor era encargado de la estancia “El Cardal de los Balcarce”. Su hija mayor Joaquina, tenía problemas de pulmones, una especie de tuberculosis. La cuestión es que los patrones le dijeron que se vaya a vivir a Córdoba y así fue. Allí, Joaquina, conoció a un señor de apellido Barbé que era su profesor de respiración y de gimnasia, se casó con él y tuvo dos hijos varones. Ellos se quedaron a vivir en Córdoba, pero los nietos cada tanto venían a ver a los abuelos. Entre los nietos estaba Raúl Barbé, que por ser el más chico le decían Pichón. “Como nuestras familias eran íntimas empezamos siendo amigos, salíamos, éramos unos cuantos. Él después se volvió a Córdoba, pero cada tanto volvía. Y una de esas veces vino con la noticia que volvía y que se quedaba. Nosotros nos habíamos estado escribiendo, pero a mí no se me había ocurrido. Cuando una tiene veinte años le parece que todo estaba bien. Los noviazgos no eran como los de ahora. Nadie estaba solo, siempre con tu mamá enfrente, visitas con día de semana.”

Raúl comenzó a ser viajante de una fábrica francesa, porque sus abuelos por parte Barbé eran franceses. Era una fábrica de cosméticos, de perfumes en la zona. Él se radicó en Madariaga pero recorría Maipú, Mar del Plata, Tandil, toda la zona.

“De tratarnos un día le dije nos ponemos de novio y nos casamos. Así como de fácil, como simple, como todo. Porque además había que casarse, no se pensaba mucho con veinte años. Pero fue bien, nos llevábamos bien. Yo me fui a vivir con la escuela al campo, él me ayudaba con los papeles, él seguía con sus viajes.”

Un día decidió cambiar de trabajo y se dedicó a administrar una estancia. Estuvo en la estancia de los Leloir hasta que debido a un accidente de auto falleció con 36 años.

Por entonces Bocha se quedó con sus dos hijos uno de trece y otro de once.

“No teníamos soltura económica. Yo tenía que trabajar porque yo tenía dos chicos. No es que te quedás viuda y sola. No, te quedás viuda y con dos chicos que hay que criar, había deudas. Yo ya no tenía padres, no tenía abuelos. No tenía cómo. Fui maestra y también fui productora de seguros junto con el trabajo de la escuela. Después fui empleada municipal. No tuve mucho tiempo.”

La docencia

Cuando Bocha comenzó con la escuela aprendió a ser madre y maestra a la vez.”Yo tenía dos chiquitos y nunca fui maestra fui directora de entrada, no había otros directivos.” Sin embargo dice que si volviera a nacer volvería a ser maestra. “Fue lindo ser docente en el campo. Porque la gente del campo es muy humilde. Es muy difícil que te toque una persona resabiada o mal hablada. En el campo en esa época, hace cincuenta años, la gente veía a la maestra como la solución de sus vidas. Porque como ellos no sabían leer y escribir, pensaban que sabiendo eso iban a tener el mundo en sus manos. Fue una gran solución, pero vinieron otras cosas. Todo es así, un dame que te doy.”

Bocha dice que aprendió sobre la marcha, ya que ella era joven, con alumnos casi de su edad. “Yo tenía una chica de apellido Vega. Yo tenía 22 años y ella 18. ella estaba en el séptimo grado de la escuela porque había empezado a los trece. Porque nadie empezaba a los seis. ¿Quién iba ir a los seis galopando distancias a caballo? Porque por ejemplo en Juan Chico eran dos leguas. Y después en la otra escuela, tampoco los mandaban, porque los papás siempre estaban ocupados. Siempre venían de diez, once años. Cuando terminaban ya eran grandes”

Fue unos cuantos años maestra rural y cuando sus hijos tenían que ir a la escuela, era toda una complicación porque viajaba a caballo. Entonces Bocha pidió un traslado y justo se inauguraba una escuela en un barrio. No era escuela rural, pero tampoco era de ciudad, era mas bien suburbana. Fue a esa escuela y estuvo allí veinte años. “Allí

Me gustó mucho la diversidad de gente. Buenos Aires era una cosa, el pueblo otra, la zona rural otra y esta gente que era de la zona de las afueras del pueblo era totalmente distinta. La gente de las orillas, a veces es gente de campo que va y viene, tiene su ranchito acá y trabaja en el campo; pero hay gente que no. Es gente de boliche, gente de a pié, gente que trabaja con la pala, obreros o empleados municipales, gente con quintas, cocheros, carreros, reseros. Mucha gente distinta.”

La palabra

Cuando era pequeña a Bocha le pedían que escriba los discursos de los actos, muchas veces ella no los leía, sólo los escribía. Tenía habilidad para buscar en un libro, profundizar, siempre poniendo un comentario, una reflexión. Porque a diferencia de la escuela rural donde tenía quince, veinte chicos, todos de edades diferentes, la escuela suburbana era otra cosa. “A veces ocurre que un solo papá tiene siete, entonces con cinco papás vos tenés tu población escolar en la escuela rural. En un acto público vos tenés a los vecinos, pero es un grupo. En cambio, en esta nueva escuela era un mundo de gente. Primero hubo una división, después dos, tres, cuatro, había ciento y pico de alumnos mas los vecinos eran quinientos. Es en esta escuela donde Bocha descubre el valor de la palabra. Entonces ahí además de escribir el discurso me di cuenta que no había que leerlo porque la gente no me entendía. Entonces escribía y terminaba relatando. Ahí comprendí el poder del cuento. Fue un descubrimiento. Yo de esto de los cuentos me siento casi autora, no sé si otras maestras lo han hecho. De otras cosas no, uno copia de otro anterior. En la escuela vos estudias pedagogía, psicología, instrucción cívica, vos enseñas lo que a vos te enseñaron. Pero en los actos escolares yo decía ‘en el 25 de mayo...’ y la gente te escuchaba, pero no escuchaba. Yo veía que la gente se movía, que algunos no venían, los chicos se aburrían. En un momento empecé a contar lo que era el 25 de mayo, lo que era tener un gobierno propio, compararlo con el hogar; a decir que cuando un hogar trabaja y le va bien, sus hijos son de él y son de la patria, y así como todos son nietos de un abuelo, todos somos hijos de un país; y lo que eran los próceres, que siendo españoles se volvieron gauchos y criollos... Y la gente como que abría los ojos, no se movía. Y a la segunda fecha vinieron el doble y eran tantos, era tanta la gente que había que hacerlo en el patio. Era como que la gente se dio cuenta, no con un cuento propio, sino con la historia, recreada, igual que el libreto del teatro. Y ahí yo aprendí a hacer lo que luego fueron los libretos de la radio. Yo tuve que captar a la gente, yo me tuve que entusiasmar con esto de que un relato atrae, que un relato enseña, tenían poder. Yo los usaba también para limpieza personal, era como una historia para los padres, para los maestros y para los chicos.

Si yo hubiera ido a la facultad tal vez hubiese aprendido oratoria, pero esto empezó siendo de una simpleza total, doméstico. Y se fue convirtiendo en hacer actos y contaba un cuento, en citar padres y había una historia.”

El comienzo, historia en cuentos

Bocha recuerda particularmente un día en que dijo el significado de la palabra gaucho, que es despectiva y proviene de guacho, sin padre y sin madre. La gente la miraba sin pestañar. “El gaucho creció solo, los padres no se casaban, las relaciones eran casuales. Vos imaginate lo que era una fortinera. La fortinera son mujeres que ahora las llamamos prostitutas, pero en aquel momento eran mujeres que iban detrás de los fortines con la soldadesca. Hay que aguantarse tres mil, cuatro mil soldados. Elegir el que venía por nada, porque ellas tampoco tenían nada: ni padre, ni casa, ni amor. Era una época de salvajes, complicada.

Yo se lo contaba a la gente y hasta las prostitutas se sentía felices. Escuchame, por algo estuvieron. Todas las cosas que están en la vida son necesarias, porque sino no estarían.

Entonces yo un día conté que para que el gaucho fuera realmente redimido, el Gral. Don José de San Martín, escribió una carta en la época de Don Martín Miguel de Güemes, que defendía el norte. Él con sus gauchos defendió el norte y estos gauchos no tenían ninguna preparación militar, ninguna, ni uniforme, nada. Decían en patas y en bolas, pero no por desnudos, sino por las boleadoras, en pata y el bola defendieron el norte argentino. Entonces San Martín pone: ‘los gauchos valientes, distinguidos de Martín Miguel de Güemes que merecen ser nombrados en la historia’. Y es la primera vez que en un documento oficial aparece la palabra gaucho como redimido.

A uno que siempre le dicen gaucho. Ahora está muy cambiado el término, pero hace cincuenta años, no. Para redimir al gaucho tuvo que decirlo alguien tan importante como san Martín y, desde esa vez, el gaucho fue bien visto. Y el gaucho cambió, porque se sintió útil. Gracias al gaucho tenemos la pampa, la hacienda, el campo. Y como el gaucho fue siempre muy servicial, tuvo esa cualidad, de gaucho salió la gauchada.

Yo nunca hice revisionismo histórico porque tan sólo soy una aficionada. Pero para redimir al gaucho, para abrirle los oídos a todos los gauchos de mi pago y que sepan que es un orgullo ser gaucho, es importante.”

Radio

Después de los cuentos históricos, con base histórica, fue derivando en reuniones de padres hacia relatos religiosos. Porque en un momento dado como las escuelas eran laicas, al que quería se le daba en horario extra escolar otras actividades como instrucción cívica, de moral, de religión. Bocha entiende que no hay cuento más perfecto que las parábolas del evangelio. “Tienen una enseñanza, está puesto la cosa más complicada del mundo con simplicidad: la santísima trinidad es un misterio, ya está, no preguntes más. Es un cuento con solución, porque vino la santísima trinidad: tres personas distintas, un solo Dios verdadero. Uno se queda mirando. Y es un misterio y así se toma.”

Esto ocurría siempre en el ámbito escolar. Pero, cierta vez, hubo que mandar unos delegados docentes a Mar del Plata, a Radio Atlántida o Mar del Plata ya que se impulsaba la regionalización de la escuela. “Nosotros antes en la escuela de Madariaga, barrio Quintanilla o en la escuela rural, en medio del campo teníamos la misma currícula que en la ciudad de La Plata. Ridículo total. Ellos hacían una única currícula para toda la provincia. Hacían lo mismo para las maestras de La Plata que iban con taco y recién salidas de la peluquería a nosotros, que íbamos leguas a caballo, con botas de goma.” Empezó otro sistema que era la regionalización: cada escuela podía poner algo de su lugar en la escuela. Las maestras hacían mociones, mandaban motivos que eran estudiados y si correspondían se incorporaban.

Un día Bocha fue a esas reuniones en Mar del Plata ya que decían que ella tenía poder de síntesis. Esas reuniones se divulgaban a través de la radio a todo la región.“Yo iba y me acomodaban el micrófono adelante. Y ahí fue que me empezó a gustar la radio. Yo llegaba acá y me decían ‘te escuchamos por la radio’. Era una cosa fantástica.” Ahí Bocha hacía y leía las notas, pero luego las rompía. Cuando le volvían a pedir ella no tenía nada, trataba de acordarse.

Un día había un periodista que tenía un programa de radio de Madariaga al mediodía, y el jefe de la radio lo precisó para cubrir un evento deportivo. Así fue como una hora de la radio quedó sin programación. Entonces el jefe de la radio le propuso realizar un programa cultural a Bocha. Por entonces el CONFER obligaba a las radios a tener un programa cultural y esta radio no lo tenía. ‘Yo ya la he escuchado, así que traiga cualquier cosa y venga’ le dijo él. Bocha agarró algunas revistas que tenía, unas Panorama que eran educativas y cultural y se fue a la radio. “Cuando me vi en el estudio de radio me parecía que no me iba a salir nada y para mí sorpresa se me fue la hora volando. Y cuando terminé de hablar el director de radio me aplaudía.”

Así fue como empezó leyendo notas escritas por otras personas, siempre del estilo cultural. “Yo me acuerdo que leí una nota de Cocó Channel. Yo había leído la nota, me había impactado y decidí contarla en la radio. Cuando salí de la radio había gente esperando para decirme que había quedado fascinado. Porque todo el mundo creía que la moda era una pavada, que era una cosa totalmente superflua. Se habían encontrado con una chica, que era una niña expósita, que se había criado en un lugar de huérfanos, con nombre inventado, con una vida tristísima y que en el orfanato había aprendido a coser. Con todo ese tipo de historias yo iba entrando”

Pero eran historias que aún no eran de ella. Cuando volvió el periodista de su horario, mas o menos tres meses después, ella se volvió a la escuela. Pero le había gustado la radio por lo que al año siguiente fue ella la que le propuso al dueño de la radio hacer el programa. Pero en esa oportunidad el dueño dijo que iban a cobrar. “ ‘Yo no soy capaz’ le dije yo y el me dijo ‘vos dejá, solos van a venir los auspiciantes’. Y aparecieron solos. Era el programa que más pagaban por estar. Eran tantos que no llegaba a leerlos y entonces en vez de tener una tuve que tener dos horas de programa.”

Ya entonces empezó a agregar crónicas de los sucesos del pueblo como por ejemplo, los actos. Y estas reseñas generales fueron mutando hasta convertirse en historias totalmente individualistas, de habitantes lugareños en particular.

Pero ¿cómo las recolectaste?

“Nosotros en el campo no teníamos radio ni televisión. La única forma de haber noticias, que en ese momento se le decía trascendidos, era que venía un resero, un comprador de hacienda y venía con una historia ‘saben que hubo una revolución...’. No se hablaba de la pavada. Cuando se hablaba, la relación peón-patrón, la palabra era fundamento. Yo sabía que para poder enterarme tenía que escuchar y para comunicarme tenía que hablar.

Así fue que yo escribía historias, pero las rompía. Resulta que después alguien me decía que tenía que contar nuevamente la historia y yo no la tenía. Entonces me di cuenta que no las tenía que romper. Durante dos años no los guardé, pero así es que hoy tengo 18 años de radio documentados, con la fecha y todo.”

Sus ciclos siempre fueron en el invierno cuando ella cree que la gente escucha radio. Reconoce que los primeros años fueron los más difíciles, pero después con el tiempo, la misma gente se le acercó para hacerle saber sus historias. “Ahí hay un cuadernito de un señor de acá, un irlandés que viene y me dice ‘sabe señora, escribí todas las historias de mi familia y acá se las traigo, un día las lee’ Entonces se fueron ampliando y ampliando y ampliando.”

Libretos

“Vos todos esos papeles que ves ahí” y me señala muchísimas carpetas, todas con su gran letra cursiva, prolija “todo lo que ves en estas carpetas no está hecho en el aire. Yo escribo un libreto, hasta como saludo escribo. Porque después tengo que contar el tiempo. Y tengo que tener una ubicación en el tiempo, en el espacio, en el público que me está escuchando, tengo que tener una cronología de lo que estoy contando y tiene que tener un final. Y cuando uno hace una historia, con una persona como yo que me acostumbré a hablar mucho, por ahí te vas por las ramas. Vos te das cuenta que llegó la hora y vas por la mitad de la historia. Entonces aprendí que lo mejor es encerrarlo en un libreto. Aunque no se lee el libreto, aunque yo lo cuente, pero yo lo voy contando y yo voy agarrándome del libreto, como si fuera un memo. Y además ciertas reflexiones por ahí no te salen en el aire si no están escritas. Eso tuvo que haber sido elaborado y esa elaboración no es espontánea ni instantánea. Esto parecía espontáneo, pero había sido elaborado.”

“Yo les hablo de cosas pasadas, pero no olvidadas”

Hace poquito nomás que Bocha terminó su ciclo de cuentos en la radio. Lo realizó en el invierno durante veinte años. “A lo cincuenta me jubilé de docente a los setenta y cinco me jubilo de la exposición. Porque a veces hace frío, otras veces no tengo ganas, otras tengo ganas de hablar mucho y no puedo porque el espacio es contratado. Mucha gente ha venido a mi casa asustada, pero yo le digo que no es tan trágico. ‘Adiós en la radio’, yo voy a seguir estando acá, yo no me voy de Madariaga”.

Bocha está muy agradecida a la radio. “La radio fue la que me hizo conocida, porque yo en la escuela puedo tener quinientos oyentes, pero en la radio son miles. Porque son de Conesa, de Maipú, de Dolores, de la Costa. La radio te da esa oportunidad. Por eso yo decía en el programa ‘gracias a los que me escuchan sin que yo lo sepa. Gracias a los son mis amigos sin que los conozca. Y gracias por recibirme de visita sin hacer una visita.’”

Va de yapa...

Bocha Arancedo ha escrito dos preciosos libros que son Vivencias y Tala. En estos incluye historias de personas del lugar, familiares suyos, reflexiones y observaciones de cosas que son y que fueron. (ver El Ojo)

Su método de trabajo es escribirlo primero a mano, después una corrección también a mano“Mi mente con la mano va a una velocidad asombrosa que no la tengo ni con la máquina ni con la compu.”

Ahora Bocha tiene ya preparado otro libro que reposa en hojas sueltas esperando apoyo para que se pueda editar. Su nombre: “Va de yapa...”. Algunas historias que irán adentro serán: Historias de los médicos, de colectividades, la historia completa de Felicitas Guerrero según la relató Álzaga que fue un sobrino, la historia de Rosita Eyras y el Dr. Marra, “Rosita es mi mamá, porque ella cuando vino tenía un novio, él como la quería tanto no se animó a decírselo, mi papá entró en el medio y lo desbancó. Él a la vuelta de los años volvió y me dijo que le había costado lágrimas de sangre. Ahí la tengo” . También estarán las historias de los caciques de la zona: Calfucurá, Macedo, Nahuelrucá, Monzalvo; de las esquinas, la historia de Jorge Böhm “que mi abuela decía ‘este tiene un rastro de la guerra’. Vegetariano y nudista” y se ríe con ganas.

Bocha y el mundo

Bocha ha viajado mucho, en Argentina menos Tierra del Fuego, por todas las provincias. Como le gusta lo verde y el calor si tuviese que elegir un lugar del país, sería Misiones. “No me importa tanto las cataratas. Me gustan la forestación, los árboles, las orquídeas. Me encanta.”

También menos veces, pero ha viajado a Estados Unidos, Canadá, Brasil, Venezuela, Chile, Perú, Colombia, Bolivia. Con una tía conoció lugares impensados, imposibles dice ella: Jerusalén, España, Inglaterra, Francia, Italia. “Me abrió el horizonte a muchas cosas. Me gustó, pero siempre me gustaba volver.”

Ayer y hoy

Le preguntamos qué le gusta de hoy a Bocha Arancedo, qué de antes...

“De lo moderno me gustan muchas cosas. Por ejemplo, me parece más que hermoso, ver a un papá con un bebé alzado. Que un papá no tenga vergüenza de ir con el changuito me parece genial. Me gusta mucho la relación que tienen los jóvenes con los padres, que no la teníamos. Nosotros teníamos más miedo. No me gusta cuando se sobrepasan, ya cuando empiezan a perder el respeto no. Pero poder decirle una nena a su mamá ‘tengo un novio, estoy enamorada, no digas nada pero me voy a encontrar con él’ Eso me parece genial.

El adelanto de la medicina, la anestesia, sacarte una muela...

Los medios, todos: de locomoción, de transporte, los caminos, los trenes, los aviones...

Todo me parece asombroso y no me da la cabeza. Yo cuando veo la computadora y no puedo creer que abarque tanto. Me parece maravilloso. Yo aprendí a escribir en computadora solamente, el año que viene voy a tomar un curso.

Lo que no me gusta de ahora... No me gustan las relaciones tan por arriba. Todo el mundo dice que es amigo, todos son compañeros, pero cuando estamos en las malas no sé si somos.

No me gusta ese chicheo, ese modo intimista de decirse cosas. Me parece que no hace a la convivencia. Como el chusmerío y como decir cosas que no hay que decir, porque no todo se tiene que decir; porque hay intimidades, es lindo tener secretos, es lindo disponer de cosas que son mías sola.

No me gusta la poca capacidad que tienen algunas personas de trabajar. Antes se trabajaba de sol a sol, hasta la mismísima navidad. Tampoco me gusta el copiarnos de los extranjeros. En la televisión en todo, porqué si nosotros tenemos palabras hermosísimas en nuestro idioma. Eso es como una invasión.”

¿Y lo de antes que extrañas?

“Lo que más extraño es la familia, es lo que más cambió. Mi abuela era analfabeta y tuvo doce hijos. En su casa se casaba un hijo, se ponía otra pieza atrás y se seguía. Convivía una familia entera. No es como ahora que se va todo el mundo al diablo. ‘¿A donde se va tu hijo?’ ‘Y dice que se va a una isla desierta en Java’ ¡Pero está loco! Ahora los chicos hacen cosas así. Quieren la independencia cuando todavía son imberbes. Me parece que la familia no tiene el valor que antes tenía.

La chica a los 17 años te dice yo soy una adulta hago lo que quiero y la madre dice tenés razón. Vuelve a los 35 años vencida, vencida porque si le va bien no vuelve, y la madre la tiene que aceptar en la casa. Pero no vuelve con el ala caída, viene a mandar a su familia. Eso está muy mal.”

Madariaga cumple a fin de año cien años de vida, pero ¿Cómo te imaginás Madariaga dentro de cien años más?

“Yo quiero que mi pueblo sea como nació: un pueblo de campaña. Un pueblo de campaña no quiere decir no tener internet o que un ganadero no tenga una 4 x 4 genial, la más linda de todas, que tenga una chica mona que se ponga un pantalón ajustado. Todo esto me parece genial, pero yo no quiero que mi pueblo pierda la raíz. Yo quiero que mi pueblo sea un pueblo de puertas abiertas.

A mí me va a gustar que sea como en Europa, como Barcelona, que va a haber una parte antigua y una parte moderna. Yo creo que Madariaga va a pasar a ser la ciudad histórica y toda la playa va a pasar a ser la ciudad turística. Entonces vendrán a Madariaga no a buscar lo mismo, no a buscar el mismo boliche bailable, eso lo van a tener allá. Acá vamos a tener el mate en la vereda, la puerta abierta, las casas antiguas con un solo baño que tenga seis habitaciones.

Yo espero que siempre sea arbolado, que no haya grandes edificios que tapen el sol. Yo creo que un árbol que costó cien años en crecer, hay que cambiar el edificio, porque el edificio lo hacés en uno. Yo tengo la ilusión que no cambie tanto.”

La casa

Bocha Arancedo vive con sus recuerdos. Ella posee una memoria extraordinaria y se rodea de valores sentimentales acomodados en toda su casa que habita hace veinte años.

Hay puertas y ventanas de pinotea con todas sus fallebas originales, genuinas. Tienen cien años de antigüedad, funcionan perfectamente y fueron realizados por los carpinteros Moscatelli. También hay una máquina de coser antigua que todavía cose, planchas de hierro que se usaron cuando era pequeña, una pelela con patitas y tapa, y una empotrada en un pequeño mueble, que se abre la puerta y sale la pelela “que nadie se haga el asombrado. Todos tenía una debajo de la cama ¡Si antes no había baño en la casa!”. Hay roperos también de cien años, de cortina hay lo que fuera un mantel blanco todo bordado en hilo a mano hecho por su madre. Hay adornos armados por ella. Sobre las aberturas en retazos de madera de muebles, los decora con monedas antiguas, o con botones de nácar, calzadores de zapatos de hueso, todo es detalle, todo tiene historia. “Yo acá no tiro nada, todo va a los cajones. Yo valorizo mucho y tengo cosas de lo que los demás tiran.”

Así también tiene sobre un mueble, a la vista, no escondidas en una caja, fotos perfectamente conservadas de muchísimos años atrás. A través de esas fotos vemos a sus antepasados con complicados peinados y vestidos. Quien vea esas fotos no podrá salir del asombro, todas tan, tan antiguas y allí están, como si fueron sacadas ayer. “Estos son mis abuelos paternos, este mi esposo, esta es la señora de Don Carlos, Emilia, esta soy yo recién nacida con mi mamá, estos son mis hijos...” Todos los recuerdos a la vista.

Pero también hay fotos en su estudio, su lugar de trabajo, dónde hay fotos de ranchos de la zona, una foto de la cuadra de la primera panadería de Madariaga de su abuelo cuando tenía diez años, es decir del año 1918. Su estudio está lleno de papeles, anotaciones, libros, cientos de historias del lugar. “Acá tengo a todo Madariaga” dice ella riendo. También hay cuadros de su suegro con pinturas costumbristas, sus numerosas distinciones.

“No he tenido grandes angustias en la vida, tampoco muy feliz. Yo creo que la vida es un estar, es una cosa con altos y bajos, es un conformarse. A mí me gusta mucho donde vivo. A mí no me gusta mucho ni la montaña ni el mar, a mí me gusta la pampa. El verde, los montes. Ahora vivo sola, tengo la casa como me gusta, hago lo que quiero. Tengo hijos, nietos y bisnietos.

Las tormentas hacen bien fuertes los árboles. Cuánto más te golpeás, más fuerte te ponés. Yo creo que el haberme desarraigado de mi casa y siempre añorándola, quedarme huérfana a los 19 años, me fui a vivir al campo, fui maestra rural, en los inviernos llena de sabañones... Yo creo que eso me hace valorar. Cada mañana yo digo ‘gracias Dios’. Por tener mi casa, porque en verano estoy fresca y en invierno tango calefacción y agua caliente.”

Bocha Arancedo es una importantísima historiadora, el trabajo que ella realiza tiene un valor que aún no se ha tomado conciencia. Sus escritos no hablan simplemente de historias de personas, sus escritos construyen un archivo histórico inexistente. Durante tantos años se dedicó y dedica a dejar asentado lo que se dice, lo que fue, lo que se está perdiendo. Hace poco un señor le trajo una escritura de origen de una quinta que compró en 1908 “ Y descubrí un dato que nosotros desde hace cien años desconocemos que Doña Josefa Anchorena de Madariaga, se llama Josefa Emeretiana Anchorena. ¡Increíble! Porque ni siquiera sabíamos de la inicial, nada. De esto hace cien años nada más.”

Así es Bocha, con la mayor de las simplezas, como quien hace su jardín, ella hace su tarea. Tal vez así sea, porque esa es su casa, Madariaga toda. Esa es su familia y por eso, como las fotos en el mueble, las cuenta, las recuerda y las tiene siempre presente, para ella y para aquel que quiera prestar atención.