miércoles

Contratapa - cuento

El Tesoro más preciado

Me llamo Pedro, hoy cumplí mis tan ansiados dieciocho años, no como hubiera querido, pero en un orfanato ni te das cuenta que es tu santo o tu cumpleaños, los días son todos iguales y pasan tan sin prisa... los internos tenemos la misma mirada, vacía, triste, cansada de observar el gris de las paredes y los deslucidos mosaicos del patio rodeado de muros avejentados, pero hoy me siento feliz, los dieciocho años son sinónimo de libertad, en un momento se abrirán los portones y saldré a caminar una nueva vida.
El director me preguntó si estoy listo, me da la mano y me desea suerte, es un buen tipo.
Con la bolsa colgada de un hombro, sonde guardé mis pocas pertenencias, saludé a los chicos, mis compañeros de pieza, con quienes compartí durante ocho años, espacios y tiempos, el vuelo de un pájaro y el silbido solitario del viento, el largo pitido de un tren que no veíamos, los recuerdos, el presente y para la mayoría un futuro incierto.
-¡Che, loco!- me dice Juancito -¿Te vas a llevar la pelota?.-
-Claro, cómo la voy a dejar... no te dije que es mi amuleto de la suerte, mi tesoro más preciado- le contesto, mientras golpeo con una mano la bolsa, agregando Está acá, bien guardadita.-
Los abrazo y con la promesa de volver a verlos, me voy.-
Pobre Juancito, a él le gustaba esa pelota de cuero a gajos verdes y negros, pero, sí, es mi más preciado tesoro, es el regalo que me hizo mamá en mi décimo cumpleaños, unos días antes de que sucediera, bueno...lo que pasó.-
Mamá ponía la mesa con esos movimientos lentos de embarazada, me hacía recordar a Sony, mi perra cuando estaba por parir, escuchaba un ruido, caminaba medio metro, dos ladridos de compromiso y se echaba.-
Cada tanto se sentaba, me refiero a mamá, y se acariciaba el enorme vientre, yo le dije que si la pintaba de verde y negro se parecía a una pelota gigante.
Ella se sonrió y me dijo que me fuera a lavar las manos, que ya papá estaría por llegar y no le gustaba esperar para cenar.
Eran las ocho, llegaron las nueve, a las nueve y media volvió a calentar la comida y cenamos en silencio, esperando la explosión de furia de papá. Le ayude a levantar las cosas de la mesa y al final terminé lavando los platos porque mamá sentía dolores en el vientre, así que a las diez me fui a acostar, dejándola sentada en el living y mirando televisión...y al final llegó papá, como siempre protestando y gritando que él no era un perro para comer las sobras y encima recalentadas y que ya estaba harto de nosotros. Y como todas las noches, sin darle un beso a mamá o preguntarle cómo estaba, abrió la lata de galletitas. Supongo que ese era el momento más feliz de su vida, contar el dinero y guardar más.-
Yo lo espiaba por la puerta entornada de mi pieza, via a mamá ponerse pálida y a él rojo, con las venas del cuello a punto de reventar...gritaba que faltaban cincuenta pesos.-
Mamá le dijo apenas en un susurro que había sacado treinta a la mañana para ir a pagar la pelota y veinte para hacer las compras en el supermercado.-
Se volvió loco, agarró la olla con la comida y la tiró al patio gritando que para hacer esa porquería con dos pesos le alcanzaba y que más valía que no encontrara la pelota. Por último se acercó a mamá que en ese momento se levantaba del sillón, la zamarreó y la golpeó. Ella se fue doblando lentamente, como las rosas cuando se marchitan...
No recuerdo bien lo que pasó, sé que vino Lola, mi vecina, habló por teléfono, llegó la ambulancia y se llevó a mamá. Papá fue con ella, pero alcancé a darle un beso, el último, el del adiós, mamá y la beba murieron en el hospital.
Papá. El gran artista, durante diez días vivió desconsolado, siempre tenía una lágrima a mano para soltar, sobre todo cuando venía Lola a buscarme, por último, me dijo: -Bueno, hijo, tenemos que sobreponernos pues la vida continúa.- Y así dejó de lagrimear y volvió a su estado normal y con grito, golpeando puertas y guardando plata.-
Durante tres meses pasé los días con Lola, sólo volvía a casa a dormir, no soportaba la mirada de mi padre. Al cabo de ese tiempo trajo a casa a una mujer, su esposa, a la que, me dijo, debía tratarla bien ya que ocuparía el lugar de mamá.-
Desde el momento en que la vi, la odié, rechacé su abrazo y papá me dio un cachetazo, mandándome a dormir sin cenar, en ese momento decidió que de alguna manera me iba a vengar la absurda muerte de mamá.-
Prácticamente no les hablaba. Me tomé la costumbre de espiarlos y escuchar sus conversaciones, ella solía decirle que yo era un “ente” y no me aguantaba, papá que no había cambiado su carácter agresivo, le contestaba que ella sabía que ñel tenía un hijo y casi todas las noches terminaban peleando, es que la “señora” no era mamá que se callaba, ella la seguía, hasta que al fin logró convencerlo de que me internaran en un colegio, esto lo supe de escuchar a escondidas y también me enteré de que en la lata había treinta mil dólares... bueno, me olvidé de contarles que papá era ingeniero y trabajaba en una empresa importante y que ese dinero lo había conseguido “coimeando” a empresas subsidiarias para ser contratadas.-
Una noche vino tan contento que hasta me besó, dijo que por un negocio le habían pagado diez mil pesos. Sacó el fajo del portafolio y también lo besó y ¡plim!, a la lata.-
La tarde del día siguiente, la señora estaba eufórica y me dijo con una sonrisa Voy a salir, no se a qué hora vuelvo.-
La miré y me encogí de hombros como diciéndole que no me importaba, entonces ella me aclaró que iba a comprarme ropa, ya que el lunes me llevarían al internado.-
-Bah, -le contesté, supongo que estaré mejor y me puse a hacer picar la pelota para que se fuera más rápido, ya que eso la molestaba.-
Sacó dinero de la lata y sin un “hasta luego” se marchó. Volvió cerca de las ocho, con tres bolsas con ropa para mí, comida comprada para la cena y el peso teñido de rubio, tipo Barbie, luego puso la mesa tarareando una canción de lo más estúpida, al menos para mí.
Llegó papá y como siempre fue derecho a la lata. Desde el pálido al rojo, pasó por todos los colores hasta que pudo abrir la boca que parecía atornillada y gritar:
-Ana... ¡Ana!.. la plata, no ésta la plata... ¿Qué hiciste con todo el dinero?-
Ella le dijo que había sacado para hacer mis compras e ir a la peluquería.
A papá le dio un ataque de furia, los ojos desorbitados y la cara color granate, parecía loco. Se acercó a Ana, yo prensaba que la historia volvía a repetirse, la zamarreó, la golpeó, ella lo insultó y le tiró con un pesado cenicero. Papá la tomó del cuello y se lo apretó hasta que ella dejó de luchar, en ese momento se dio cuenta, que los ojos agrandados por el espanto estaban sin vida, la soltó y Ana cayó, parecía una muñeca desarticulada.
Lola, escuchando los gritos, había llamado a la policía... yo corrí a refugiarme en la pieza y cuando ellos entraron bajé fingiendo un estado de shock para que no me preguntaran nada.
Para no entretenerlos mucho, les digo que a ella se la llevaron en una ambulancia y a papá en el patrullero.
El abogado de mi padre, trató el caso como homicidio por emoción violenta, pero salió a la luz el mal trato hacia mamá y su muerte. Le dieron prisión perpetua.
El Juez de Menores dispuso mi interacción en el orfanato... bien, ahora estoy libre y voy a la casa de Lola, se va a reír cuando me vea llegar con la pelota, esa de gajos verdes y negros, la de mi infancia, la que descosí con paciencia y guardé la plata de la lata aquella tarde en que Ana se fue de compras y no me equivoqué cuando le dije a Juancito que era mi tesoro más preciado.

Por Idalina Noemi Rodríguez, seudónimo Samanta 69 años. 2do premio de cuento categoría adulto.