sábado

Papel blanco e inocente como una palomita - Por Giovanni Michenza

El tema de las papeleras, y lo complicadas que están las relaciones bilaterales entre Uruguay y Argentina me ha llevado a la reflexión. Sí, a veces se me da por pensar, por eso escribo en "El Pensadero".

En principio puedo decir que estoy totalmente de acuerdo en que se proteja una de las mayores reservas de agua dulce del planeta, que se preserve la naturaleza y la integridad y calidad de vida de las personas. Como dijo Cafrune: “El Uruguay no es un rió... es un cielo azul”. Evoco las coplas del autor argentino porque el nombre del curso de agua quiere decir en lengua guaraní "río de los pájaros". Quiero que los pájaros sigan estando y que este torrente mesopotámico siga fusionándose con el cielo mientras llora el ceibal. Como muchas personas tengo sentimientos ecologistas y me hallo preocupado por el legado que le debemos dejar a los hijos de los hijos de nuestros hijos.

Todo muy bonito por ahora, seguramente muchos estarán de acuerdo conmigo ¿Pero en la practica somos congruentes con nuestro discurso ecologista?

Es obvio que todos necesitamos papel, hasta Greenpace para hacer panfletos con mensajes que ataquen la actividad de la industria papelera. Sin embargo hay formas de reducir el impacto ambiental, aun satisfaciendo las necesidades de la demanda. Una de ellas es el uso de papel reciclado, de este modo disminuimos la cantidad de árboles que se cortan y la cantidad de hectáreas utilizadas con monocultivo de especies aptos para la producción de pasta celulosa.

Otra manera consiste en disminuir a su mínima expresión el uso de papel blanqueado. Porque lo que más contamina en la industria pastera es el proceso de blanqueado del papel. Al poco tiempo de realizarse las primeras pruebas, Botnia dejó escapar grandes cantidades de cloro que provocaron un olor nauseabundo y talvez el principio del fin del río de los pájaros. Y aunque nos neguemos a creerlo nosotros somos responsables en gran parte. Responsables de la contaminación del río que divide a Argentina del

Uruguay, y responsables también de la muerte de otros tantos ríos del planeta.

Porque cuando los asambleístas piden a gritos la reubicación de la mega planta, lo que están haciendo es pidiendo que el problema se lo tiren a otra región, donde también va haber gente, peces y pájaros afectados.

Creo que deberíamos plantearnos el problema ecológico al revez. Si queremos ríos sin cloro y con un entorno natural sano, deberíamos disminuir la vanidad humana. El hombre hace cosas estúpidas sólo por vanidad. Es lógico que los cuadernos, los libros o "El Pensadero" sean de papel blanco, para facilitar la lectura. No obstante consumimos alegremente toneladas de papel blanqueado en forma de servilletas, filtros de café, rollos de cocina, pañuelos y hasta el más efímero de los papeles: el papel higiénico.

¿Díganme quién necesita limpiarse sus partes pudendas con papel blanco como una

palomita? Esta estupidez sólo obedece a una cuestión comercial, los consumidores quieren papel descartable blanco. Tenemos la idea que el blanco es sinónimo de limpieza, sin embargo en la naturaleza genera la más negra de las suciedades. No basta con poner un cartel de papel en la luneta trasera de nuestro auto que diga: ¡No a las papeleras! o ¡Gualeguaychu está de pie!

Debemos convertirnos en consumidores conscientes de cuanta basura se barre debajo de la alfombra, y exigir aun aquello que no está actualmente en el mercado. Y lo que planteo del papel es sólo un ejemplo. Si haciendo honor a esta publicación nos ponemos a pensar, nos daremos cuenta que tan inútiles y venenosos son tantos envases, nylons, envoltorios ostentosos, plásticos y porquerías.

Cuando escribo siempre me viene a la mente la infancia, recuerdo la bolsa con manijas redondas de almacén que había que llevarla siempre, sino el almacenero te mandaba de vuelta a tu casa a buscarla; todos los envases de vino y gaseosa eran retornables; el papel higiénico se llamaba Guadaña y era marroncito nomás; la libreta del almacén era blanca pero duraba un montón, como el crédito del almacenero; el lechero pasaba por la puerta de mi casa en un carro tracción a sangre y dejaba en un tarrito la leche recién

ordeñada, que era más nutritiva y sana que el producto acuoso que hoy ordeñamos del tetra-brik . Era tiempos más ecológicos sin duda, la gente vivía con menos cosas y resolvía sus necesidades cotidianas de forma más simple.

Giovanni Michenza

Chajarí, Septiembre de 2007