sábado

Siempre fue así - Macedo

Pequeño diálogo con Isabel que lleva adelante el almacén de la Estación Macedo.

Hemos salido de Gesell y tomamos para la zona del cementerio. Hasta allí nos acompañó el asfalto, lo que sigue es camino de tierra. El polvo se levanta y arremolina a nuestro paso. En un tramo están desmontando las pocas arboledas que se conservan. Cuesta imaginar que en toda esta región había grandes espacios de arboleda cerrada, de monte. Izquierda, derecha, izquierda, así de simple se llega a Macedo y pasando el kiwal, a la Estación, la antigua estación de tren.
La estación está, desde hace muchos años, convertida en vivienda y almacén. Todavía se conservan los dos carteles de madera tallada: Macedo. Aunque cada cartel, que dista de menos de cincuenta metros, pertenezca a una propiedad distinta. Las vías de hierro son un fantasma que asoma entre el paso cortado o duerme entre los grande yuyales. La construcción deteriorada por el paso del tiempo sin mantenimiento es del estilo inglés, ya que éstos son los que trajeron el tren a la zona. Los ladrillos en las esquinas y en las bases, las puertas y ventanas de un color celeste clarito. Todo intenta mantenerse en pie. El viento suena al pasar por entre los antiguos sistemas de electricidad y despierta el recuerdo del silbato del tren...

Allí en esa Estación de recuerdos vive Isabel, quien atiende desde hace 26 años el almacén que aprovisiona a las familias de toda la zona, que no son pocas.
Manuel y Corina eran dueños de campo, se dedicaban a la agricultura y a las plantaciones de citrus en Montes Casero, Corriente. Allí trabajaba toda la familia: los padres más sus seis hijos, entre los que se encontraba Isabel.
¿Cómo surgió la idea de venir acá? “Y son esas cosas que pasan en la vida, que decís hoy me voy y me voy...” En principio llegaron a Gesell y trabajaron en el Hotel Verona, luego le ofertaron reabrir el almacén de la Estación de Macedo que había cerrado y se vinieron.
La decisión de venir la tomaron de adultos. Isabel ya tenía siete hijos y estaba casada, hace un año que quedó viuda pero llegó a tener 54 años de matrimonio. Cuatro de los hijos se vinieron con ella, la más chiquita tenía siete años cuando llegaron. Los otros tres ya estaban casados y se quedaron en Corrientes. También con ella vinieron algunos de sus hermanos.
El terreno del almacén se introduce sólo unos pocos metros en las vías como si quisiera sacarle una tajada caprichosa. “Cuando vine estaba así, nosotros lo único que hacemos es mantener cortado el pasto”

Charlamos y un gato deja que la gravedad lo aplaste al piso, los gallos y gallinas caminan por ahí un poco curioseando. Me imagino que son aquellos gallos los que la despiertan a Isabel a la mañana ya que a las seis está abierto el almacén, por lo que ella a las cinco y media está arriba. El almacén tiene todo lo necesario para serlo y ella aprovisiona además de pollos y chorizos que trae de Gesell y Tandil. Los sábados y domingos prepara unas empanadas que gustosos compran turistas y lugareños.

Sus hijos y nietos han ido a la escuelita de Macedo, dos de sus hijas han sido embaladoras cuando estaban las plantaciones de duraznos. Algo muy lejano en la tonada se filtra, pero ella ya está afirmada a Macedo y lo hace saber “Es una zona linda, gente muy buena. Yo dese cuenta que para mí es todo familia acá. Nos conocemos todos. Se despachan ellos, no hay gente mala, muy buena gente.”

Le preguntamos si la población en la zona crece o disminuye. “Hay más familias que se establecen porque hay dos empresas de kiwal. Pero nadie te vende nada, aunque pidás una hectárea nadie te vende nada, porque son de mucho valor. La tierra es muy buena ¿no ves que produce de todo?”

Isabel no sabe desde hace cuánto que está la estación construida, ella misma se ha tomado el trabajo de buscar en la construcción algún número, pero nada. “Es una rareza. Me dijeron que en la escuela está, pero nunca fui porque hay que ir a leer y todo eso...”

Un hombre entra se aprovisiona de pan, saluda afectuosamente y sale. El gato no se enteró siquiera.
Si tiene que recibir alguna atención hospitalaria Isabel viaja hasta Madariaga, unos treinta kilómetros. Los días de lluvia, Isabel, sin movilidad, no puede salir por los caminos anegados, pero ella no protesta y sonríe. “Uno se acostumbra. Siempre fue así.”